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das Mystische 2.1

La Orden del Fénix

Y fue entonces cuando a Tony le dio por el salmorejo y por leer Filosofía (sobre todo a Federico, un estibador de los muelles de Hamburgo admirador de Einstürzende Neubauten), toda vez que la Tercera Esquina de su amigo Anthony ya sólo le provocaba jaquecas y que la ginebra que servían en el Consulado de California –una extraña mezcla de jugo de maíz transgénico y agua pesada- era como el peor detergente de Marsella. ¿Llegaba a su fin la carrera diplomática –se preguntaban los analistas- de un hombre bueno, de un cristiano carismático? ¿Era la tierra redonda también para los mentirosos? ¿Podría seguir leyendo a Chesterton y a John Keats, allá en el destierro? Tony no sabía cómo explicar a los suyos (a los chicos de Hogwarts) lo de los informes falsos: esa manipulación de la magia a años luz del famoso fair-play británico; ni lo de la mostaza de Dijón caducada (otra jugada más de los Servicios Secretos), ni lo del primo exhibicionista y pendenciero de Lawrence de Arabia. Y es que las cosas estaban ciertamente difíciles; algunos amigos de Tony ya habían sufrido en sus carnes la incomprensión desmedida del populacho, la ingratitud congestionada de la plebe, y Tony, que además de gran político no tenía un pelo de tonto, ahora sentía miedo. “A veces -le dijo una mañana a Cherie, mientras ésta preparaba los huevos y el bacon para el desayuno- necesitamos la ceguera y debemos permitir que ciertos errores y artículos de fe permanezcan intactos en nosotros mientras nos mantengan en vida”; y Cherie comprendió al instante que su marido estaba pensando en el cargo (mejor dicho: en cómo salvar el cargo), que leía cosas rarísimas y además en alemán, como su lejano primo Otto, y que, si nada ni nadie lo remediaba, iba a ser despedido. En otra ocasión, durante la temporada de lluvias (cuando las imitadoras de Victoria Adams se concentran en Picadilly para mostrar sus encantos), Tony salió del baño con un desatascador en la mano, dando voces como un quijote de Liverpool, y gritando: “debemos amar y cultivar el error: es la madre del conocimiento”; a lo que Cherie, arrebatándole el desatascador, aprovechó para escribir sus memorias y las memorias de su marido, ambas a un tiempo, anticipándose quizás al oscuro futuro que les esperaba, a la consumación de un sueño, mientras susurraba la versión en arameo del My Generation de The Who (eso sí, en una copia grabada en directo), y atacaba apretando con fuerza, como aprietan los ángeles malditos, la mierda acumulada en el fregadero.

3 comentarios

maria -

podeis mandarme informacion sobre falsos diccionarios

Raquel -

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Gracias

Cayetano -

Unas historias llevan a otras. La mía, peor contada y fingida, mero ejercicio escolar. Gracias por la tuya.